Si bien en la política nacional no hay que decir nunca digas nunca, lo del PRO es una hazaña difícil de parangonar. Con más indefinición que un metrosexual, una gestión que hace recordar a la de Bouer como aquellos buenos viejos tiempos y menos sensibilidad social que el menemismo de María Julia y Adelina, han logrado conformar una nueva fuerza política de una manera original: tomando lo peor de cada partido y llevándolo un paso más lejos. "Eso no es cierto" se indigna un encumbrado dirigente del PRO. "Lo hemos llevado cuanto menos tres pasos más lejos. Al menos concédanos eso" exige sin mucho convencimiento. Llegados a la gobernación de la Ciudad de Buenos Aires de mano de los votos del progresismo porteño que quiso castigar la soberbia kirchnerista eligiendo a alguien más soberbio que los Kirchner, el PRO no encuentra su rumbo. "Esperemos encontrarlo pronto, preferentemente antes de terminar nuestro mandato a ver si nos ponemos a gobernar de una buena vez". Es que la gestión macrista aún parece no haber comenzado en casi ningún campo excepto en el que el empresario ex presidente de Boca hijo de uno de los transeros más grandes del país y que más negocios turbios ha tenido con el estado nacional, parece manejarse mejor: recortar gastos en los sectores que menos le interesan (cultura, salud, bienestar social, empleados) para poder gastar ese dinero en otro lado, preferentemente en contratos y licitaciones en los que amigos y testaferros sean siempre los beneficiados. Así, comenzó echando a 2400 empleados ñoquis, cerrando 1200 talleres culturales, intentado cerrar el Moyano y el Borda, privatizando parques públicos y firmando contratos sospechados de todo menos de ser claros y realizados en aras del bien público, a cuatro manos. En tanto los dirigente del PRO van de acá para allá tratando de embocar una para tratar de hacer zafar al partido de la mediocridad absoluta en la que navega y ganar alguna tapa del Clarín por mérito propio, los progre porteños comienzan a preguntarse si habrán hecho bien en votar a Macri solo porque su compañera de fórmula está en silla de ruedas "y todos nos merecemos una oportunidad, incluso una lisiada" como dijera uno de sus votantes que no quiso darnos su nombre. Gobernando Buenos Aires, el afiche que parece que el PRO todavía no puede pegar en las paredes porteñas.
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