Lucia tenía 16 años.
La drogaron, la violaron, la empalaron, la asesinaron.
El horror. El horror multiplicado hasta el infinito. El dolor. Las miles de mujeres asesinadas por eso mismo, por el simple hecho de ser mujeres. Hembras. No varones. Hembras.
El horror que horroriza y el monstruo, los monstruos, que lo perpetran.
El Conde Drácula empalaba a sus enemigos. Los conquistadores empalaban a los indios. Los asesinos empalan.
En el Barrio Luján, Beatriz, de 51 años, vivía en su casa. Hasta el lunes pasado. Tal vez tuvo otra discusión más con su pareja. Tal vez no. Tal vez le pidió que se fuera. Tal vez le dijo “ya no te amo”.
¿Importa?. No. Beatriz tendría que haber podido discutir, hablar, decir, echar, despedirse. Lo que no tendría es que haber sido asesinada de 13 puñaladas.
Clarín pone un “y, pero…”. “El le había dado un cigarrillo de marihuana”. Y Lucía, el sábado, fue a la casa de “él”. “Y, pero…”. La asesinaron. No hay peros. No debería haberlos. No. La noticia no puede ser los detalles escabrosos para provocar la angustia de los miles y miles que leen el diario, que ven las noticias, que escuchan en la radio. No puede ser esa la noticia. No puede, no debe tener un “y, pero”. Ella, Lucía, que tenía 16 años, fue porque le dieron un cigarrillo de marihuana. Se vendió por droga. Ella se entregó porque le dieron droga. Hubo una transacción, y una que involucraba un cuerpo sexuado y droga. Así, Lucia, se convirtió en una puta. En una prostituta. Y las prostitutas, ya sabemos lo que valen: no valen nada. Y Lucía fue porque “le dieron un cigarrillo de marihuana”. Genios. Los genios del periodismo, los que a la mañana te llenan el marote de muerte, amargura, odio y resentimiento; y que a la tarde te venden la tranquilidad espiritual y de paso, te encajan el librito y te venden el curso, para apaciguarte el alma.
¿Y si fue por la marihuana, por la merca, por el paco o porque quería coger con 1, con 2, con 5 tipos, qué? ¿Qué? ¿Entonces se hacía más merecedora a ser asesinada? ¿Qué si una mujer quiere hacer lo que se le venga en gana con su cuerpo? ¿Eso nos da permiso a empalarlas? ¿A matarlas? ¿A usarlas y descartarlas? Si nosotros nos acostamos con una y con otra y con otra, o con las que sean al mismo tiempo, somos unos campeones. Si ellas lo hacen, “y, pero…” cuando las asesinamos.
Ellas iban solas
Ella fue por la marihuana.
Ella entró en esa calle oscura.
Ella…
Los monstruos no tienen, nunca tuvieron, el rostro monstruoso. No. Nunca. Los asesinos de Lucia no eran jorobados con horribles deformidades y pezuñas en vez de pies. Tampoco el asesino de Beatriz.
Eran varones. Como todos nosotros. Eran (son, aún son) seres humanos. Y sin embargo, necesitamos pensarlos como monstruos, porque no entendemos cómo es posible. Y porque la verdad es tan espantosamente dolorosa, como el saber que ellos somos nosotros. Tienen manos y bocas y ojos y pelos y caminan y hablan y comen y van al baño.
¿Por qué se siguen realizando estos sacrificios? ¿A quién alimentamos como sociedad con esas muertes? ¿En que templos? ¿En nombre de qué dios se vierte esa sangre?
Las prendemos fuego.
Las acuchillamos.
Las empalamos.
Las matamos a golpes.
Las empujamos por los balcones.
Y tenemos femicidios de primera y de segunda. Porque Lucia Perez si, pero Beatriz con sus 13 puñaladas, no tanto. Porque fue asesinada allá lejos, en el sur, acá nomás, a 6 kms, a 2 de la entrada de “El Bolsón, mágico y natural”. Un femicidio mide, conmueve, horroriza. El otro no. Porque ocurrió en Río Negro, esa provincia que en las estadísticas del año pasado, arrojó 0 (cero) femicidios. Junto con otras 5 provincias más. 0 (cero), porque el Poder Judicial es cómplice. Porque la Policía también lo es. Porque la sociedad también es cómplice. Somos cómplices.
A Beatriz y a Lucia las asesinaron hombres, varones. Cualquier explicación es justificación. Las mataron por ser mujeres. Lo demás sobra, alimenta un morbo innecesario que muy pronto dará paso a indignaciones varias sobre las que surfearan los mismos hijos de puta de siempre; y luego que la ola baje, empezarán a agitar la pileta para que una nueva ola se produzca y tape a la anterior.
Las cagan a palos, las balean y gasean por marchar y protestar, y las asesinan por ser mujeres. Las matan justo después que el gobierno de El Bolsón se niega a declarar la emergencia en violencia de género “porque son casos aislados”. Ahí tenés tu caso aislado, yéndose por las heridas sangrantes que dejaron las cuchilladas en el cuerpo de Beatriz. Andá, explicale que “son casos aislados”, ignorante.
Los varones podemos hacer lo que se nos venga en ganas con nuestros cuerpos. Lo que se nos ocurra.
Si la mujer hace con su cuerpo lo que se le ocurre, la perseguirá el estado por abortar, o la asesinaremos entre todos, por haberse atrevido a disponer de su cuerpo como mejor le cupiera, diciendo que si o diciendo que no. Pero la asesinaremos, porque “y, pero…” ella fue porque quería droga, ella fue porque le gustaba la fiesta…y después se echó atrás; ella se embarazó para cobrar unos pesitos más, o abortó porque no quería cobrarlos y se murió de septicemia mientras los médicos la denunciaban por ejercer su derecho a usar su cuerpo como mejor le parezca.
Las matamos. Y las vamos a seguir asesinando, primero en la carne, después en las palabras, luego en la memoria.
La drogaron, la violaron, la empalaron, la asesinaron.
El horror. El horror multiplicado hasta el infinito. El dolor. Las miles de mujeres asesinadas por eso mismo, por el simple hecho de ser mujeres. Hembras. No varones. Hembras.
El horror que horroriza y el monstruo, los monstruos, que lo perpetran.
El Conde Drácula empalaba a sus enemigos. Los conquistadores empalaban a los indios. Los asesinos empalan.
En el Barrio Luján, Beatriz, de 51 años, vivía en su casa. Hasta el lunes pasado. Tal vez tuvo otra discusión más con su pareja. Tal vez no. Tal vez le pidió que se fuera. Tal vez le dijo “ya no te amo”.
¿Importa?. No. Beatriz tendría que haber podido discutir, hablar, decir, echar, despedirse. Lo que no tendría es que haber sido asesinada de 13 puñaladas.
Clarín pone un “y, pero…”. “El le había dado un cigarrillo de marihuana”. Y Lucía, el sábado, fue a la casa de “él”. “Y, pero…”. La asesinaron. No hay peros. No debería haberlos. No. La noticia no puede ser los detalles escabrosos para provocar la angustia de los miles y miles que leen el diario, que ven las noticias, que escuchan en la radio. No puede ser esa la noticia. No puede, no debe tener un “y, pero”. Ella, Lucía, que tenía 16 años, fue porque le dieron un cigarrillo de marihuana. Se vendió por droga. Ella se entregó porque le dieron droga. Hubo una transacción, y una que involucraba un cuerpo sexuado y droga. Así, Lucia, se convirtió en una puta. En una prostituta. Y las prostitutas, ya sabemos lo que valen: no valen nada. Y Lucía fue porque “le dieron un cigarrillo de marihuana”. Genios. Los genios del periodismo, los que a la mañana te llenan el marote de muerte, amargura, odio y resentimiento; y que a la tarde te venden la tranquilidad espiritual y de paso, te encajan el librito y te venden el curso, para apaciguarte el alma.
¿Y si fue por la marihuana, por la merca, por el paco o porque quería coger con 1, con 2, con 5 tipos, qué? ¿Qué? ¿Entonces se hacía más merecedora a ser asesinada? ¿Qué si una mujer quiere hacer lo que se le venga en gana con su cuerpo? ¿Eso nos da permiso a empalarlas? ¿A matarlas? ¿A usarlas y descartarlas? Si nosotros nos acostamos con una y con otra y con otra, o con las que sean al mismo tiempo, somos unos campeones. Si ellas lo hacen, “y, pero…” cuando las asesinamos.
Ellas iban solas
Ella fue por la marihuana.
Ella entró en esa calle oscura.
Ella…
Los monstruos no tienen, nunca tuvieron, el rostro monstruoso. No. Nunca. Los asesinos de Lucia no eran jorobados con horribles deformidades y pezuñas en vez de pies. Tampoco el asesino de Beatriz.
Eran varones. Como todos nosotros. Eran (son, aún son) seres humanos. Y sin embargo, necesitamos pensarlos como monstruos, porque no entendemos cómo es posible. Y porque la verdad es tan espantosamente dolorosa, como el saber que ellos somos nosotros. Tienen manos y bocas y ojos y pelos y caminan y hablan y comen y van al baño.
¿Por qué se siguen realizando estos sacrificios? ¿A quién alimentamos como sociedad con esas muertes? ¿En que templos? ¿En nombre de qué dios se vierte esa sangre?
Las prendemos fuego.
Las acuchillamos.
Las empalamos.
Las matamos a golpes.
Las empujamos por los balcones.
Y tenemos femicidios de primera y de segunda. Porque Lucia Perez si, pero Beatriz con sus 13 puñaladas, no tanto. Porque fue asesinada allá lejos, en el sur, acá nomás, a 6 kms, a 2 de la entrada de “El Bolsón, mágico y natural”. Un femicidio mide, conmueve, horroriza. El otro no. Porque ocurrió en Río Negro, esa provincia que en las estadísticas del año pasado, arrojó 0 (cero) femicidios. Junto con otras 5 provincias más. 0 (cero), porque el Poder Judicial es cómplice. Porque la Policía también lo es. Porque la sociedad también es cómplice. Somos cómplices.
A Beatriz y a Lucia las asesinaron hombres, varones. Cualquier explicación es justificación. Las mataron por ser mujeres. Lo demás sobra, alimenta un morbo innecesario que muy pronto dará paso a indignaciones varias sobre las que surfearan los mismos hijos de puta de siempre; y luego que la ola baje, empezarán a agitar la pileta para que una nueva ola se produzca y tape a la anterior.
Las cagan a palos, las balean y gasean por marchar y protestar, y las asesinan por ser mujeres. Las matan justo después que el gobierno de El Bolsón se niega a declarar la emergencia en violencia de género “porque son casos aislados”. Ahí tenés tu caso aislado, yéndose por las heridas sangrantes que dejaron las cuchilladas en el cuerpo de Beatriz. Andá, explicale que “son casos aislados”, ignorante.
Los varones podemos hacer lo que se nos venga en ganas con nuestros cuerpos. Lo que se nos ocurra.
Si la mujer hace con su cuerpo lo que se le ocurre, la perseguirá el estado por abortar, o la asesinaremos entre todos, por haberse atrevido a disponer de su cuerpo como mejor le cupiera, diciendo que si o diciendo que no. Pero la asesinaremos, porque “y, pero…” ella fue porque quería droga, ella fue porque le gustaba la fiesta…y después se echó atrás; ella se embarazó para cobrar unos pesitos más, o abortó porque no quería cobrarlos y se murió de septicemia mientras los médicos la denunciaban por ejercer su derecho a usar su cuerpo como mejor le parezca.
Las matamos. Y las vamos a seguir asesinando, primero en la carne, después en las palabras, luego en la memoria.
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