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miércoles, 11 de marzo de 2009

GRACIAS A LAS PALABRAS DE LA CANDIDATA A PREMIO NOBEL DE LA PAZ SUSANA GIMENEZ, UN VIEJO LATIGUILLO RECOBRA VIGENCIA ENTRE LOS PORTEÑOS: "MATO MIL"

Las chicas, hermosas, esbeltas, rubias, flacas, de pechos enormes, duros y operados, colas levantadas y narices retocadas, las típicas argentinas (porteñas) que recorren nuestro suelo patrio, las reparten. La gente las recibe. Las calcomanías solo dicen "Mató mil". Los argentinos (porteños) las agarran con una sonrisa y muestran el pulgar hacia arriba en señal de asentimiento. En la calle, cualquier frase hoy termina con un "Chau... mató mil". Se nota el cambio de ánimo entre los habitantes de ésta ciudad desde que la candidata a Premio Nobel de la Paz, Susana Gimenez, pidiera pena de muerte para los que matan. Con sus palabras y sin saberlo, la querida, tierna y sensible Susana logró que una frase que había dejado de usarse hace más de 25 años hoy reviviera con una fuerza inesperada y ayudara de alguna manera, a que el clima social cambiara, mejorara y se hiciera un poquito más intolerante que de costumbre. "Mato mil" se escucha decir a los habitantes de ésta ciudad que se ha encolumnado casi con unanimidad detrás de una causa noble: la de exigir la pena de muerte para todos los que delinquen, la de imponer al resto del país (el 99,5% del país) su punto de vista, el de hacer sentir a las otras provincias (23 de 24 provincias) que lo que pasa en Capital Federal (200 kms2) es lo que pasa en todo el país (3.700.000 kms2) con algo tan sencillo y altruista como luchar para conseguir la pena de muerte para todos los "delincuentes protozoicos". Claro que ya aparecieron los vivos de siempre y al "Mató mil" le agregan otras frases para que "cada argentino (porteño) exprese con su calcomanía a cuáles mil quiere matar". "Mato mil... villeros", "mató mil... negros", "mató mil... delincuentes", "mató mil... ladrones", "mató mil... pena de muerte para todos" son algunas de las diferentes calcomanías que pueden verse pegadas en vidrios de autos, en puertas de entradas a edificios, en carpetas de estudiantes y hasta en las mochilas de los más chicos. Sorprende a éste cronista que aún no hayan aparecido las calcomanías de "Los derechos humanos son una imbecilidad", aunque está seguro que mucho no faltará para que aparezcan.

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